A finales del siglo XV, dice el catedrático de Historia Medieval Rafael Narbona Vizcaíno,
no había artesano en Valencia que no se preciara de tener su propio
esclavo. Sin embargo este hecho ha sido de continuo soslayado. Cuando se
habla del Siglo de Oro valenciano se menciona mucho a la imprenta, los
negocios con Flandes, la agitada vida cultural y política, pero nunca a
la esclavitud.
No es el único vacío, vergüenza, mito o confusión
que rodea al XV valenciano. Otro ejemplo: Pese a que desde finales de
los años 80 se sabe que los Baños del Almirante no son de origen
musulmán, sino posteriores, la tradición no parece haberse dado por
aludida y aún hoy son muchos los que, como bromeaba Narbona, aún se
creen que los cristianos no se lavaban.
La
obra aborda aspectos tan distintos como el de la iglesia valenciana, la
arquitectura, la economía, la gastronomía, el comercio o la propia
sociabilidad "en un tiempo en el que llegó a haber dos Papas
simultáneamente, el primer Santo valenciano, se levantó una edificación
como la Lonja
pagada por la ciudad, y la Casa de la Ciutat era el centro político del
antiguo Reino de Valencia, porque de ella eran más de la mitad de los
diputados". Y no rehúye aspectos que pueden ser "polémicos" entre los
historiadores, dijo Narbona, y que vienen también a erradicar "algunos
tópicos".
1. El mercado de esclavos era la calle.
Uno de los temas que trata el libro es el olvidado tráfico de esclavos
que se daba en la Valencia del XV. Al inicio del siglo procedían del
Magreb o Granada, sobre todo hombres adultos. A estos esclavos se
unieron los tártaros y rusos, además de circasianos, con predominio de
mujeres jóvenes. Sería a partir de la mitad del siglo que comienzan a
proliferar los esclavos subsaharianos. "Vemos así en Valencia, desde
finales de ese siglo XV, a auténticos tratantes de esclavos, negreros en
toda la extensión del término, locales o foráneos, conduciendo
cargamentos de decenas de esclavos subsaharianos", escribe Francisco Javier Marzal Palacios.
Las transacciones tenían lugar en las calles y plazas más concurridas,
siendo una escena habitual la del corredor o intermediario subastando un
esclavo por encargo de su propietario.
2. Los ricos se hacían el pan en casa. Entre
otros datos novedosos que ofrece el libro, Narbona destacó este lunes
el censo de panaderías existentes en Valencia. En 1407 eran 76 dedicadas
a la elaboración de pan integral, y apenas seis o siete que elaboraban
pan blanco. Según explicó Narbona las familias con más recursos "no
compraban el pan en ninguno de estos establecimientos, sino que lo
elaboraban a su gusto en los propios hogares. El que podía se lo
amasaba".
3. La seda no se hereda; es de Génova. Otro
mito que quiso derribar Narbona es el de que la industria sedera era
herencia del tiempo de los musulmanes que posteriormente desarrollaron
los judíos de Valencia. Según explicó este lunes, en la ciudad llegó a
haber 1.200 telares de sedería cuyo origen tuvo mucho que ver con la llegada a nuestra ciudad de artesanos genoveses,
"más que ser una herencia". Y es que, como insistió en diversas
ocasiones Narbona, lo que sucedió tras la llegada del rey Jaime I es que
comenzó una nueva ciudad, prácticamente de cero. "La valenciana era una
sociedad nueva en plena efervescencia, crecimiento y desarrollo", dijo.
4. Los baños cristianos.
Pese a que desde finales de los 80 se tiene certeza del origen
cristiano de los Baños del Almirante, en el imaginario colectivo aún
perdura la convicción de que son de origen musulmán, un error que
Narbona atribuye a la historiografía romántica. A mediados del XIV aún
se podían catalogar en Valencia unas quince casas de baño. La
configuración del parque balneario de la ciudad, dice Agustí Campos Perales
en el artículo sobre los baños del Almirante, "es una creación de nueva
planta que sólo aprovecha eventualmente algunos de los antiguos baños".
5. Así era la Casa de la Ciudad. Uno
de los aspectos más llamativos del libro es la excelente reconstrucción
de cómo era la Casa de la Ciudad que ha realizado el infografista
valenciano Raúl Camañas, junto a Pedro Santero y Óscar Palma, con documentación de Federico Iborra y
el propio Narbona. Demolida en 1860, tal y como recordó Lagardera era
una especie de suma de edificios que cobraba sentido por ser el centro
de poder político de la ciudad. De ella hoy sólo queda el artesonado de
madera que está en la Lonja, el retablo de Vrancke van der Stockt,
una roca... Gracias a la infografía, el lector puede imaginarse cómo
era la histórica sede municipal de Valencia, sus lugares de reunión, sus
dependencias...
6. Un burdel de leyenda, vestidos blancos y delantales azules. Mitificado por su extensión, ciudad dentro de la ciudad, el burdel medieval de Valencia
se ha convertido incluso en ruta turística. En el Siglo de Oro
valenciano, el burdel convivía con la vida urbana, y, como apunta en el
libro Noelia Rangel, "no era una casa o edificio sino
todo un barrio con diferentes hostales y una serie de casitas de
propiedad particular". Más detalles. No era un espacio marginal,
descuidado o sórdido; más bien al contrario, el aspecto de las casitas
era limpio y cuidado, según los testimonios de la época. Aunque la
prostitución se beneficiaba de la legislación, las medidas públicas
tomadas desde mediados del XIV demuestran que la consideración oficial era que las prostitutas tenían un trabajo deshonesto y
reprobable. Por ejemplo, para diferenciar a las meretrices de las
mujeres decentes se les obligó a las primeras a vestir con vestido
blanco y delantal azul.
7. Los pobres, pan y vino; los ricos, chuletas con azúcar. El artículo ‘La alimentación antes de América' de Juan Vicente García Marsilla afronta una de las cuestiones más curiosas del XV, en ocasiones olvidada: la gastronomía. En él explica que las clases bajas comían mucho pan y vino, apenas carnes y unas pocas legumbres,
cebollas y ajos. En cambio, mercaderes, nobles y alto clero disponían
de cocineros profesionales, para los que se escribieron libros de
recetas muy complejos. Las salsas de la época contenían numerosas
especias como pimienta, canela, clavo, jengibre, azafrán y otras menos
usadas hoy como el macís, la galanga o el grano del paraíso. Lo picante
se unía con lo dulce, untando por ejemplo las chuletas con azúcar. Se buscaba una experiencia gustativa audaz, la sorpresa y el ingenio como en la cocina de autor actual.
8. El estrés en el siglo XV.
Como insistió este lunes Lagardera, Valencia era la ciudad más populosa
de la Península Ibérica durante este sigo: más que Madrid y Barcelona.
Era una ciudad rica, verdaderamente rica. La Valencia del Siglo de Oro
no sólo ofrecía oportunidades de promoción social, sino también "una
competencia feroz", dice Luis Almenar Fernández en el
artículo ‘La calidad de vida'. "Muchos pequeños mercaderes y artesanos
tuvieron que renunciar a desarrollar su actividad de manera autónoma
para actuar como intermediarios, quedando al servicio de los hombres del
gran comercio. La posibilidad real de fracaso podía comportar, como de hecho comportaba, fines verdaderamente dramáticos".
9. Un guardián para la despensa. El artículo ‘El Almudín y el abastecimiento de la ciudad' de Enrique Cruselles Gómez
alude a las penurias provocadas por los problemas de aprovisionamiento
de las grandes ciudades bajomedievales. El auge mercantil de Valencia
generó en el siglo XV un procedimiento mediante el cual el presupuesto
público financiaba anualmente una subvención destinada a incentivar la
importación de grano, tanto por mar como por tierra. Se pagaba por cahiz
de cereal. El grano se almacenaba en el Almudín y su vigilancia estuvo
asignada al Guardia del Amudín, un cargo creado en 1416.
10. El retablo del vecino. Una
de las huellas más evidentes de la fecundidad del Siglo de Oro
valenciano son las obras de arte. Los monarcas eran a menudo los
primeros en importar estilos pictóricos llegados de fuera. Así lo
hicieron Juan I y Martín el Humano, quienes
favorecieron la difusión del conocido como gótico internacional. La
alta sociedad valenciana demandó este tipo de retablos, lo que favoreció
el asentamiento en la ciudad de maestros como el italiano Starnina, Marçal de Sax, o el catalán Pere Nicolau.
Todos querían tener el mejor retablo para que luciera en la capilla de
su casa. "Se inició (...) una auténtica competición" entre los nobles,
escribe García Marsilla, "y esa rivalidad se expresa en los mismos contratos,
junto con un deseo de emulación que no tenía ningún empacho en
especificar que el pintor tenía que seguir el modelo del retablo del
vecino".
Con el objetivo de fijar
la Historia y derribar inexactitudes, Narbona ha editado y coordinado
un libro en el que 27 historiadores y especialistas realizan un repaso a
la ciudad en su época de mayor esplendor. Bajo el título Ciudad y Reino. Claves del Siglo de Oro Valenciano, en el volumen, diseñado por Marisa Gallen, los autores desarrollan textos en los que ofrecen hasta 80 claves sobre
un período histórico que el propio catedrático quiso delimitar más allá
del estricto siglo XV, acotándolo cronológicamente entre 1375 y 1516.
Dividido en cinco apartados, el libro es un manantial de información del que el periodista y coordinador editorial de la obra, Juan Lagardera,
destacó su rigor. Del mismo modo Narbona explicó que el objetivo era
"hacer una obra asequible e inteligible por personas que trabajan en la
Universidad y en los Archivos valencianos". En este sentido el
catedrático aseguró que Valencia tiene "la fortuna" de ser "la ciudad con más información medieval y en concreto del siglo XV",
una ventaja a la hora de investigar a la que se une el cada vez mayor
número de archiveros con formación universitaria, entre los que figuran
algunos de los coautores de esta obra "en la que coinciden desde
reputados catedráticos a alumnos de máster", o personalidades de la
talla de la historiadora Mercedes Gómez-Ferrer, el profesor Eduard Mira, o el fundador de Capella de Ministrers, Carles Magraner.