viernes, 20 de noviembre de 2015

PROSTITUCIÓN EN LA VALENCIA MEDIEVAL


Las alusiones a las prostitutas eran habituales hasta en los edificios. Una famosa gárgola de la Catedral de Valencia, cerca de la puerta románica, muestra a una mujer madura desnuda sujetándose los pechos con lascivia. Otra, de la Lonja, muestra impúdicamente su sexo desnudo señalando precisamente al sitio original donde se ubicaba el burdel.

El denominado “oficio más antiguo del mundo” fue en la Valencia del quinientos un oficio perfectamente asimilado y regularizado en el municipio. Esto podemos verlo en documentación como las ordenanzas del régimen del burdel de la ciudad del 12 de mayo de 1495 donde se indicaba “axí en la present ciutat de Valencia, com en altres parts, viles e lochs populosos son permesoso los publichs, e es permes e dispensat que les dones mundaries vixquen publicament en aquells, del quest perque per la avinentea e copia que ha de les dites dones, se stavien es scusen graus dans e scandals e axi es permes lo cual, per evitar lo maior e senyaladament en la present ciutat, en lo qual hi ha tan gran concurs de persones, car per permetre e disponssar en lo dit loch publich, cessen molts dans e scandels en aquella”. Así mismo se indicaba que las prostitutas habían de quedar recluidas y no ejercer su profesión durante la Semana Santa, Navidad y las fiestas de la Virgen María (Asunción y Concepción), así como en los jubileos.
Vemos así una asimilación total de que esta profesión se ejerza. La escusa o motivo de aceptar estas prácticas tan perseguidas por la iglesia, fue fundamentalmente la riqueza que proporcionaba a la ciudad, dado que como hemos dicho estaba regularizado y controlado por el gobierno municipal. Además se citaban los beneficios sociales del ejercicio de la prostitución ya que se tenía la creencia de que evitaba el amancebamiento o el adulterio, y se creía que el que se acostaba con una prostituta “legalizada” quedaba redimido del pecado de fornicar  con ella.

La Iglesia obviamente no vio con buenos ojos ni aceptó la aceptación de la prostitución en Valencia y, especialmente tras el Concilio de Trento, se lanzó a perseguirla y erradicarla todo lo que pudo.
El principal problema del burdel eran las enfermedades que en él podían transmitirse, algo que en verdad era muy frecuente. El contagio de enfermedades venéreas era frecuente en estos lugares que muchas veces actuaban como foco de origen y, para evitarlo, había un cuerpo de cirujanos especializados que cuidaban la higiene del burdel y que las enfermedades no se propagaran a partir de él, algo que en verdad fue poco efectivo.
Cada día, con la puesta de sol, suenan las campanas de la Catedral de Valencia. Avisan de que se cierran las puertas de la ciudad. Valencia no tiene puertas desde el siglo XIX. Aún así, el repique es idéntico al que se oyó en el pasado. Nadie tiene prisa por entrar en la ciudad porque ya nadie se quedará a la Luna de Valencia. Nadie tendrá prisa por salir pero las campanas suenan.
Es, posiblemente, una de las pocas tradiciones medievales que perduran, al margen de alguna fiesta religiosa, el Corpus principalmente, o pagana, las Fallas. Otras costumbres y hábitos sociales, vistos hoy, sorprenden y maravillan, pero por lo que suponían de avance social. En algunas cosas, pocas, los ciudadanos de la Valencia de la Edad Media vivían muy por delante de nuestro tiempo. Por hipocresía, por costumbre, por pragmatismo, pero demostraban más sensibildad social.
El caso más llamativo, sin duda, es el gran burdel de la ciudad, posiblemente el mayor de la historia de la Comunidad Valenciana y uno de los más grandes de todos los tiempos. Valencia fue Babilonia entre 1325 y 1671, aproximadamente. Durante tres siglos y medio una zona de la ciudad estuvo reservada para viviendas de las prostitutas, una suerte de Barrio Rojo de Amsterdam con puntos en común con la famosa calle Reeperbahn de Hamburgo. A él podían acceder todos los hombres mayores de edad que no fueran ni sarracenos ni judíos.
Fue el rey Jaume II el Just el que ordenó emplazar la mancebía en la pobla de Bernat Villa. Al noroeste de la ciudad, fuera de las murallas, ocupaba un área que iba entre las calles Salvador Giner, Alta, Ripalda y Guillem de Castro. Se hallaba fuera de las murallas, pero, por azar, con la ampliación del recinto de la ciudad en 1356 se quedaron dentro. Tal y como señala la historiadora Noelia Ràngel en su artículo 'Moras, jóvenes y prostitutas: Acerca de la prostitución valenciana a finales de la Edad Media', la existencia del burdel de Valencia no era precisamente una rara avis en el Mediterráneo.
"No es un fenómeno irrelevante en la Edad Media, sino que es una dimensión esencial de dicha sociedad. Poco a poco, bajo el impulso de los eclesiásticos, fue arraigando una mirada utilitaria hacia las prostitutas: si bien eran denigradas por su trabajo, a causa del tabú del sexo, a diferencia de otros grupos marginados, eran consideradas como un mal necesario. Al fin y al cabo las prostitutas ejercían un rol social", escribe en su artículo Rángel.
La mencebía de Valencia ha sido refelejada profusamente en la historiografía valenciana. Especialmente significativo es el libro de 1876 de Manuel Carboneres Picaronas y alcahuetes o la mancebía en Valencia, un volumen que se ha convertido en el punto de referencia de historiadores y estudiosos que se han ido aproximando al fenómeno.
SE INTENTÓ FRENAR SU EXPANSIÓN
¿Qué tenía de especial esta mancebía valenciana con respecto a otras famosas de España, como por ejemplo la de Sevilla (que se creó en 1337) o la de Barcelona (1448)? Según constata Eduardo Muñoz Saavedra en 'Ciudad y prostitución en España en los siglos XIV y XV', la práctica era habitual. Pero la de Valencia fue mejor que la de ninguna otra ciudad. Quizá porque se quedó dentro de las murallas, quizá por su riguroso sistema de control médico y de orden público... Fuese por el motivo que fuese, triunfó. Y eso provocó críticas y recelos. Prácticamente desde el principio se intentó frenar la expansión del meretricio. "A fines del siglo XIV, algunas ciudades como Valencia, dedicaron parte de su erario público a las mujeres arrepentidas concediéndoles una dote para su integración social a través del matrimonio", escribe Muñoz Saavedra.
Fue inútil. Las arrepentidas o repenides, que es como se les cita en la documentación, eran más bien pocas. Las prostitutas valencianas cobraron fama nacional. A principios del siglo XVI la mancebía de Valencia tenía los precios más altos del reino de España. Acostarse con una prostituta de Valencia era el doble de caro que en cualquier otra ciudad de la corona española, explica el historiador Fernando Javier López. Las postitutas ganaban tanto dinero que se adornaban con las mejores sedas y causaban la envidia de las damas de la alta sociedad.
La ciudad se convirtió en algo así como Las Vegas del Medievo mediterráneo, la metrópoli de la perdición, y la fama de las damas del amor mercenario se convirtió en motivo de escándalo. Daba igual que prohombres de la ciudad como San Vicente Ferrer las aceptaran como ese mal menor, antes citado. Daba igual que las autoridades actuaran con ellas con rigor, y tuviesen contratados a galenos que visitaban regularmente a las prostitutas para controlar la propagación de enfermedades venéreas. Las voces que pidieron un control más férreo sobre el burdel fueron en aumento.
Era, en cierto modo, una ciudad dentro de la ciudad. Tal y como relata Vicent Graullera en su artículo 'Los hostaleros del burdel de Valencia', la vida en este recinto no se ceñía sólo al negocio carnal sino que también "se nutría de otras muchas actividades, como la de organizar comidas o festejos. Algunas mujeres públicas que tenian condiciones para el canto, lo hacían para la clientela, organizándose todo tipo de diversiones que hiciesen más placentera la estancia de los visitantes".
Lentamente se fue estrechando el cerco al burdel. Se impuso que las calles adyacentes se cerraran por las noches. Los hombres que querían cortejar a sus amadas meretrices se vieron obligados a saltar las tapias. Otra argucia consistía en sobornar a los hostaleros del burdel para que dejasen la puerta abierta; se arriesgaban a sanciones sí, pero estaba tan extendida esta práctica que las sanciones se pagaban directamente de un fondo común. Hay relatos de prostitutas descubiertas disfrazadas de hombres, intentando salir para ver a sus amantes.
ENCERRADAS DURANTE LAS 'FIESTAS DE GUARDAR'
La pacata sociedad medieval seguía escandalizada por la libérrima vida de las pecadoras. Comenzaron a limitarse sus movimientos. Mediado el siglo XVI fue costumbre que se las recogiera con motivo de festividades. Primero fue con Semana Santa; después, con cada fiesta relacionada con la Virgen María. "El día antes de la festividad las mujeres eran reunidas en el burdel, para conducirlas ordenadamente al lugar del retiro, que era generalmente el Convento de Arrepentidas de San Gregorio; una vez allí se les impedía salir a la calle y para mitigar su ocio se las entretenía con charlas religiosas, buscando a través de la oración el arrepentimiento de su pasada vida", escribe Graullera.
Finalmente se impuso la disciplina, la severidad, la austeridad y la mancebía de Valencia se cerró, como todas las de España, con los primeros años del reinado de Carlos II, finales del XVII. Las últimas prostitutas fueron enviadas a la casa de las repenides, el convento de San Gregorio, justo donde hoy se encuentra el Teatro Olympia de Valencia, en la calle San Vicente. Allí acabaron las últimas siete prostitutas oficiales que tuvo la ciudad cuya conversión a la vida monacal, realizada por un padre jesuita, se convirtió en leyenda urbana y se habló de ellas como los siete ángeles.
Aún así su leyenda continuó viva. Giacomo Casanova visitó el solar de las fembres pecadrius, otro de los nombres con los que se conocía al gran burdel. Lo hizo en 1769 y declaró: "Nunca he visto ni he vivido en una ciudad tan lasciva y hedonista como la Valencia de los Borgia." Lujuria. Perversión. Pecado. El mito del prostíbulo de Valencia se ha convertido ahora en una ruta turística. Una empresa, viajes DPM, especializada en paquetes temáticos, organiza visitas a los lugares más emblemáticos del lenocinio valenciano.
Aproximadamente cuando suenan las campanas de la Catedral, las que anuncian el cierre de las puertas de la ciudad, grupos de no más de treinta personas se reúnen en la plaza del Patriarca. Desde ahí dan un paseo al anochecer por la Valencia gótica, "dónde se ubicaba el mayor prostíbulo de la Europa medieval" recuerdan en la información la agencia; se leen relatos eróticos escritos hace 500 años y en 69, "plataforma de vanguardia erótica" ubicada en pleno barrio del Carmen, se degusta una cena a base de tapas afrodisíacas.
Ya nada queda de la mancebía de Valencia, sólo el vago recuerdo de su fama, textos de investigadores y los nombres sueltos de algunas mujeres que vieron como su condición, sus tragedias, sus vidas, han permitido a los estudiosos conocer en profundidad el desconcertante equilibrio social de una ciudad que era conocida en todo el orbe por sus productos de seda, sus ballestas (muy apreciadas en Flandes), su arquitectura (con edificios como la Lonja) y sus meretrices.


martes, 10 de noviembre de 2015

LA LEPRA Y LOS LEPROSOS

La lepra es una enfermedad infecciosa crónica causada por un bacilo acidorresistente llamado Mycobacterium leprae. Afecta principalmente la piel, los nervios periféricos, la mucosa de las vías respiratorias altas y los ojos. Se trata de  una enfermedad curable. Si se trata en las primeras fases, se evita la discapacidad. La lepra tiene dos formas comunes: la tuberculoide y la lepromatosa. Ambas formas ocasionan úlceras en la piel, pero la forma lepromatosa es la más grave y produce grandes protuberancias e hinchazones (nódulos).

Desde 1995, la OMS proporciona gratuitamente a todos los enfermos leprosos del mundo el tratamiento multimedicamentoso, que es una opción curativa simple, aunque muy eficaz, para todos los tipos de lepra. La eliminación mundial de la lepra (es decir, una tasa de prevalencia mundial de menos de 1 caso por 10 000 habitantes) se alcanzó en el año 2000. A lo largo de los últimos 20 años, con el tratamiento multimedicamentoso se ha conseguido curar a cerca de 16 millones de pacientes con lepra.

Breve historia de la enfermedad y su tratamiento
La lepra ya era conocida por las antiguas civilizaciones de China, Egipto y la India. La primera referencia escrita a esta infección se remonta aproximadamente al año 600 a.C. A lo largo de la historia, los enfermos leprosos se han visto condenados al ostracismo por sus comunidades y familias.
En el pasado el tratamiento de la lepra era distinto. El primer avance importante se realizó en los años cuarenta con la obtención de la dapsona, medicamento que detuvo la enfermedad. No obstante, la larga duración del tratamiento —de años o incluso durante toda la vida— dificultaba su cumplimiento. En los años sesenta, M. leprae empezó a manifestar resistencia a la dapsona, el único medicamento antileproso conocido por entonces. A principios de los años sesenta se descubrieron la rifampicina y la clofazimina, los otros dos componentes del tratamiento multimedicamentoso.

En 1981, un grupo de estudio de la Organización Mundial de la Salud recomendó el tratamiento multimedicamentoso a base de dapsona, rifampicina y clofazimina, asociación que elimina el bacilo y logra la curación.
Modos de transmisión
El contagio es de persona a persona por contacto directo y prolongado, entre 3 y 5 años. Se produce entre un enfermo no tratado con posibilidad de transmitir (no todos los que padecen lepra contagian) y una persona susceptible, es decir con una predisposición especial para enfermar. Según la estadística el 80% de la población posee defensas naturales contra la lepra y solo la mitad de los enfermos no tratados son contagiantes.
Las vías de transmisión incluyen principalmente, las secreciones respiratorias de una persona enferma y no tratada, y en menor medida en heridas de la piel y secreciones nasales.
Últimas leproserías
Aunque la lepra se puede curar desde los años cuarenta y los leprosos no sufren ya las deformaciones de antaño, la sociedad no ha despojado todavía a esta enfermedad de su estigma repulsivo y morboso. “Somos capaces de dar 500 pesetas por los leprosos, pero no de darles la mano”, dice sor Montserrat, una religiosa que lleva 30 años en la leprosería de Fontilles (Alicante). En España, donde esta patología se considera erradicada, el número de afectados ronda los 5.000, pero solo 600 la padecen en activo.

El Sanatorio Leprológico de Fontilles -el otro que hay en España está en Trillo (Guadalajara)- se levantó a principios de siglo, en un lugar aislado de la serranía alicantina. Sus 130 pacientes forman una pequeña comunidad de leprosos cuyo horizonte no alcanza más allá del muro de tres metros de alto que la rodea. Hoy, con la lepra controlada en España, Fontilles se ha convertido en una residencia de ancianos con minusvalías provocadas por la enfermedad. Juana P. no recuerda su edad, pero aparenta más de 80 años. La encontraron hace dos en una cueva de Mallorca y fue trasladada a Fontilles, casi inválida por una lepra muy avanzada. Según José Terencio, director médico de Fontilles, su caso es “único en Europa, porque la enfermedad le ha afectado a la voz, un síntoma típico del enfermo de lepra medieval”. Por eso habla tan bajito y murmura que se quiere ir a casa por Navidad, pero no tiene a nadie.
Los especialistas calculan que en España, en 1992, hay casi 5.000 afectados por la lepra, aunque José Ramón Gómez aclara que solo unos 600 están activos, es decir, desarrollando la enfermedad. “El resto ya se ha curado, pero continúa en tratamiento para evitar posibles recaídas”, explica.

sábado, 7 de noviembre de 2015

LAS PESTES EN LA EDAD MEDIA

Las pestes del Medioevo

Durante la Edad Media, la peste fue un fenómeno presente en la vida de las personas, pero sus características, nocividad y expansión variaron profundamente.
La lepra, al parecer poco frecuente hasta el siglo VI, se propagó en esta época, a juzgar por los textos legislativos o reglamentarios que se ocupaban cada vez más del tema. Pareció retroceder durante el siglo VII, recuperando su vigor en el siglo siguiente, y volviendo a disminuir otra vez hacia los siglos IX y XI.
Otra enfermedad que se creía desaparecida, la viruela, resurgió en el siglo VI. Se desvaneció durante algún tiempo y luego volvió a manifestarse. El rey Hugo Capeto de Francia habría muerto por esa enfermedad en 996. La viruela prácticamente desapareció después del siglo XI, al menos en Europa del norte.
Europa sufrió un nuevo flagelo: la peste bubónica. Esta pandemia llevaba el nombre de "Peste de Justiniano". Había entrado por el Mar Rojo a Egipto, llegó a Constantinopla en 542, y desde allí se propagó. Afectó en 543 a Italia y Marsella, y entró a Tréveris por el valle del Ródano. En su Historia de los francos, Gregorio de Tours escribió: "La muerte en sí era rápida, porque se producía en la ingle o en la axila una herida parecida a la mordedura de una serpiente, y ese veneno provocaba la muerte, de manera tal que el enfermo entregaba su alma al día siguiente o al otro. Pero la violencia del veneno hacía perder el sentido a los hombres". Paul Diacre hablaba de: "pequeños ganglios en forma de nuez o dedo" que aparecían en la ingle o en otras partes. "La aparición de estos ganglios era seguida inmediatamente por una fiebre intolerable y el enfermo moría en el término de tres días. Pero si el paciente superaba los tres días, tenía esperanzas de sobrevivir".
Jean-Nöel Biraben, en su libro sobre la peste, señala que la epidemia de Marsella que describía Gregorio de Tours era la quinta que se había producido sólo en Occidente de 588 a 591. "Una nave proveniente de España con su cargamento habitual, ingresó al puerto de esa ciudad [Marsella] trayendo, desgraciadamente, el germen de esta enfermedad. Muchos habitantes compraron allí diversas mercancías. Una casa en la que vivían ocho personas quedó rápidamente vacía, pues todos sus habitantes murieron por el contagio. Esta epidemia incendiaria no se extendió en forma inmediata a todas las viviendas, pero después de interrumpirse por algún tiempo, volvió a encenderse como una llama en medio de una cosecha e hizo arder a toda la ciudad con el fuego de la enfermedad". El obispo de la ciudad le suplicó a Dios que pusiera fin a esta mortandad. "La plaga cesó completamente durante dos meses, y mientras la población regresaba tranquila a la ciudad, la enfermedad volvió a manifestarse, y los que habían vuelto, fallecieron. Más tarde, la ciudad fue aquejada en muchas oportunidades por ese flagelo mortal".
Es curioso comprobar que los médicos bizantinos, racionalistas, insistían en explicar la propagación de la enfermedad por la contaminación del aire y se negaban a admitir que el contacto con los enfermos pudiera tener alguna importancia.
Se aconsejaba huir. En 571, Gregorio de Tours partió hacia Brioude, pero si bien él mismo no se enfermó, la peste atacó a dos de sus sirvientes. En 588, los habitantes de Marsella abandonaron su ciudad. Existían procedimientos menos racionales: en Auvergne, en 543, dibujaban en las paredes de las casas e iglesias un signo que los campesinos llamaban Tau. El paganismo estaba lejos de haber sido extirpado, y la propia madre de Gregorio de Tours apelaba a la oniromancia (adivinación de los sueños). "Cuando esa famosa enfermedad de las ingles, que fue expulsada por las plegarias del obispo saint Gall, llegó a Auvergne, y de pronto se vieron los muros de las casas y las iglesias cubiertos de signos y caracteres, mi madre creyó ver en sueños, durante la noche, que el vino que guardábamos en nuestros sótanos se había convertido en sangre. Cuando se lamentó y gritó: '¡desdichada de mí! ¡mi casa lleva la señal de la plaga!', un hombre le dijo: '¿Sabes que pasado mañana, que será el día de las calendas de noviembre, se celebrará la fiesta de la pasión del mártir Benigno?'. '¡Lo sé', dijo ella. Entonces, él replicó: 'Ve, pues, y vela toda la noche en su honor, haz decir misas, y serás preservada de la plaga'. Cuando mi madre se despertó, hizo lo que le habían ordenado, y nuestra casa permaneció intacta en medio de las casas vecinas marcadas con los signos fúnebres".
"Tau", letra del alfabeto griego, que también era utilizado como símbolo de salvación ante las epidemias
Los daños fueron considerables, aunque geográficamente se limitaron a la costa mediterránea de Europa. Pero la peste se repitió varias veces: se produjeron unos veinte rebrotes con espacios de nueve a trece años entre 541 y 767. Luego desapareció, no sólo de Europa, sino también de Asia y África.
A partir del siglo IX, se inició un nuevo período. Mientras la lepra retrocedía, la viruela aparecía de forma esporádica y la peste desaparecía, aparecieron nuevas plagas. En primer lugar, el "fuego sacro", más tarde conocido como "fuego de San Antón", ya que se había desarrollado al interior de una orden religiosa. Se trataba de una intoxicación por el cornezuelo del centeno que, mezclado con harina, daba origen a dos formas de enfermedad. Cuando era fuerte y compulsiva, se producían espasmos acompañados de dolorosas contracturas, que provocaban la muerte; cuando era débil o gangrenosa, los miembros se ennegrecían, se secaban y se rompían en las articulaciones. La gente medieval creía que el ennegrecimiento se debía a un fuego interior que quemaba los miembros, y por eso fue denominada "fuego sacro". Como las condiciones climáticas eran favorables, hizo estragos en el siglo X, provocando una gran cantidad de muertos y lisiados. Alemania e Inglaterra se vieron afectadas a comienzos del siglo XII, apogeo de la enfermedad en Europa occidental.
Una segunda epidemia, la gripe, apareció súbitamente en el invierno de 876-877. Síntomas como fiebre, problemas oculares y tos afectaron especialmente a los habitantes de la región renana, tras el regreso del ejército imperial desde Italia.
El paludismo, propio de las regiones mediterráneas, se propagó hacia el norte llevada por los vikingos que volvían de sus incursiones en África y el Mediterráneo.
A principios del siglo XII, volvieron las antiguas epidemias: la viruela en las zonas mediterráneas; la lepra, debido a los contactos comerciales con Oriente, mientras que el "fuego sacro" disminuye rápidamente hacia el 1100.
El comercio entre Europa y Oriente también sirvió de puente para la transmisión de enfermedades
Además, también se desarrolló el escorbuto, que afectó a las regiones consumidoras de carne y pescados salados. También afectó a las fuerzas del rey francés Luis IX en Damietta (Egipto) en 1248. Joinville relataba: "El único pescado que comimos en el campamento, durante la cuaresma, fue locha, y las lochas comen gente muerta, porque son peces voraces. Y por causa de esa desgracia, por causa de la incomodidad del país donde jamás llueve una sola gota de agua, hemos contraído la enfermedad del ejército, por la cual se nos secaba la carne de las piernas, y la piel de nuestras piernas se llenaba de manchas negras y de color tierra, como una bota vieja. Y al contraer la enfermedad, se nos pudría la carne de las encías, y nadie se libraba de esta enfermedad, sino que debía morir. El signo de la muerte era que cuando sangraba la nariz, la gente moría... La enfermedad empezó a agravarse en el campamento de tal manera que nuestros soldados tenían tanta carne muerta en las encías que los barberos debían sacarles la carne muerta para que pudieran masticar la comida y tragarla. Daba mucha pena oír en el campamento los alaridos de la gente a la que le cortaban la carne muerta, porque daban alaridos como mujeres en trabajo de parto".
La tuberculosis aparecía en los textos, durante la Alta Edad Media, especialmente bajo la forma de la tisis, pero lo que más se mencionaba eran las escrófulas. En el siglo XII se desarrolló en Inglaterra y Francia la idea de que el rey podía curar las escrófulas tocándolas.

Fuente: Jean Verdon, Sombras y luces de la Edad Media, Editorial El Ateneo, Buenos Aires 2006