Las pestes del Medioevo
Durante la Edad Media, la peste fue un fenómeno presente en la vida de
las personas, pero sus características, nocividad y expansión variaron
profundamente.
La lepra, al parecer poco frecuente hasta el siglo VI, se propagó en
esta época, a juzgar por los textos legislativos o reglamentarios que se
ocupaban cada vez más del tema. Pareció retroceder durante el siglo
VII, recuperando su vigor en el siglo siguiente, y volviendo a disminuir
otra vez hacia los siglos IX y XI.
Otra enfermedad que se creía desaparecida, la viruela, resurgió en el
siglo VI. Se desvaneció durante algún tiempo y luego volvió a
manifestarse. El rey Hugo Capeto de Francia habría muerto por esa
enfermedad en 996. La viruela prácticamente desapareció después del
siglo XI, al menos en Europa del norte.
Europa sufrió un nuevo flagelo: la peste bubónica. Esta pandemia llevaba
el nombre de "Peste de Justiniano". Había entrado por el Mar Rojo a
Egipto, llegó a Constantinopla en 542, y desde allí se propagó. Afectó
en 543 a Italia y Marsella, y entró a Tréveris por el valle del Ródano.
En su Historia de los francos, Gregorio de Tours escribió: "La
muerte en sí era rápida, porque se producía en la ingle o en la axila
una herida parecida a la mordedura de una serpiente, y ese veneno
provocaba la muerte, de manera tal que el enfermo entregaba su alma al
día siguiente o al otro. Pero la violencia del veneno hacía perder el
sentido a los hombres". Paul Diacre hablaba de: "pequeños ganglios en forma de nuez o dedo" que aparecían en la ingle o en otras partes. "La
aparición de estos ganglios era seguida inmediatamente por una fiebre
intolerable y el enfermo moría en el término de tres días. Pero si el
paciente superaba los tres días, tenía esperanzas de sobrevivir".
Jean-Nöel Biraben, en su libro sobre la peste, señala que la epidemia de
Marsella que describía Gregorio de Tours era la quinta que se había
producido sólo en Occidente de 588 a 591. "Una nave proveniente de España con su cargamento habitual, ingresó al puerto de esa ciudad [Marsella] trayendo,
desgraciadamente, el germen de esta enfermedad. Muchos habitantes
compraron allí diversas mercancías. Una casa en la que vivían ocho
personas quedó rápidamente vacía, pues todos sus habitantes murieron por
el contagio. Esta epidemia incendiaria no se extendió en forma
inmediata a todas las viviendas, pero después de interrumpirse por algún
tiempo, volvió a encenderse como una llama en medio de una cosecha e
hizo arder a toda la ciudad con el fuego de la enfermedad". El obispo de la ciudad le suplicó a Dios que pusiera fin a esta mortandad. "La
plaga cesó completamente durante dos meses, y mientras la población
regresaba tranquila a la ciudad, la enfermedad volvió a manifestarse, y
los que habían vuelto, fallecieron. Más tarde, la ciudad fue aquejada en
muchas oportunidades por ese flagelo mortal".
Es curioso comprobar que los médicos bizantinos, racionalistas,
insistían en explicar la propagación de la enfermedad por la
contaminación del aire y se negaban a admitir que el contacto con los
enfermos pudiera tener alguna importancia.
Se aconsejaba huir. En 571, Gregorio de Tours partió hacia Brioude, pero
si bien él mismo no se enfermó, la peste atacó a dos de sus sirvientes.
En 588, los habitantes de Marsella abandonaron su ciudad. Existían
procedimientos menos racionales: en Auvergne, en 543, dibujaban en las
paredes de las casas e iglesias un signo que los campesinos llamaban Tau.
El paganismo estaba lejos de haber sido extirpado, y la propia madre de
Gregorio de Tours apelaba a la oniromancia (adivinación de los sueños).
"Cuando esa famosa enfermedad de las ingles, que fue expulsada por
las plegarias del obispo saint Gall, llegó a Auvergne, y de pronto se
vieron los muros de las casas y las iglesias cubiertos de signos y
caracteres, mi madre creyó ver en sueños, durante la noche, que el vino
que guardábamos en nuestros sótanos se había convertido en sangre.
Cuando se lamentó y gritó: '¡desdichada de mí! ¡mi casa lleva la señal
de la plaga!', un hombre le dijo: '¿Sabes que pasado mañana, que será el
día de las calendas de noviembre, se celebrará la fiesta de la pasión
del mártir Benigno?'. '¡Lo sé', dijo ella. Entonces, él replicó: 'Ve,
pues, y vela toda la noche en su honor, haz decir misas, y serás
preservada de la plaga'. Cuando mi madre se despertó, hizo lo que le
habían ordenado, y nuestra casa permaneció intacta en medio de las casas
vecinas marcadas con los signos fúnebres".
"Tau", letra del alfabeto griego, que también era utilizado como símbolo de salvación ante las epidemias |
Los daños fueron considerables, aunque geográficamente se limitaron a la
costa mediterránea de Europa. Pero la peste se repitió varias veces: se
produjeron unos veinte rebrotes con espacios de nueve a trece años
entre 541 y 767. Luego desapareció, no sólo de Europa, sino también de
Asia y África.
A partir del siglo IX, se inició un nuevo período. Mientras la lepra
retrocedía, la viruela aparecía de forma esporádica y la peste
desaparecía, aparecieron nuevas plagas. En primer lugar, el "fuego
sacro", más tarde conocido como "fuego de San Antón", ya que se había
desarrollado al interior de una orden religiosa. Se trataba de una
intoxicación por el cornezuelo del centeno que, mezclado con harina,
daba origen a dos formas de enfermedad. Cuando era fuerte y compulsiva,
se producían espasmos acompañados de dolorosas contracturas, que
provocaban la muerte; cuando era débil o gangrenosa, los miembros se
ennegrecían, se secaban y se rompían en las articulaciones. La gente
medieval creía que el ennegrecimiento se debía a un fuego interior que
quemaba los miembros, y por eso fue denominada "fuego sacro". Como las
condiciones climáticas eran favorables, hizo estragos en el siglo X,
provocando una gran cantidad de muertos y lisiados. Alemania e
Inglaterra se vieron afectadas a comienzos del siglo XII, apogeo de la
enfermedad en Europa occidental.
Una segunda epidemia, la gripe, apareció súbitamente en el invierno de
876-877. Síntomas como fiebre, problemas oculares y tos afectaron
especialmente a los habitantes de la región renana, tras el regreso del
ejército imperial desde Italia.
El paludismo, propio de las regiones mediterráneas, se propagó hacia el
norte llevada por los vikingos que volvían de sus incursiones en África y
el Mediterráneo.
A principios del siglo XII, volvieron las antiguas epidemias: la viruela
en las zonas mediterráneas; la lepra, debido a los contactos
comerciales con Oriente, mientras que el "fuego sacro" disminuye
rápidamente hacia el 1100.
El comercio entre Europa y Oriente también sirvió de puente para la transmisión de enfermedades |
Además, también se desarrolló el escorbuto, que afectó a las regiones
consumidoras de carne y pescados salados. También afectó a las fuerzas
del rey francés Luis IX en Damietta (Egipto) en 1248. Joinville
relataba: "El único pescado que comimos en el campamento, durante la
cuaresma, fue locha, y las lochas comen gente muerta, porque son peces
voraces. Y por causa de esa desgracia, por causa de la incomodidad del
país donde jamás llueve una sola gota de agua, hemos contraído la
enfermedad del ejército, por la cual se nos secaba la carne de las
piernas, y la piel de nuestras piernas se llenaba de manchas negras y de
color tierra, como una bota vieja. Y al contraer la enfermedad, se nos
pudría la carne de las encías, y nadie se libraba de esta enfermedad,
sino que debía morir. El signo de la muerte era que cuando sangraba la
nariz, la gente moría... La enfermedad empezó a agravarse en el
campamento de tal manera que nuestros soldados tenían tanta carne muerta
en las encías que los barberos debían sacarles la carne muerta para que
pudieran masticar la comida y tragarla. Daba mucha pena oír en el
campamento los alaridos de la gente a la que le cortaban la carne
muerta, porque daban alaridos como mujeres en trabajo de parto".
La tuberculosis aparecía en los textos, durante la Alta Edad Media,
especialmente bajo la forma de la tisis, pero lo que más se mencionaba
eran las escrófulas. En el siglo XII se desarrolló en Inglaterra y
Francia la idea de que el rey podía curar las escrófulas tocándolas.
Fuente: Jean Verdon, Sombras y luces de la Edad Media, Editorial El Ateneo, Buenos Aires 2006
Fuente: Jean Verdon, Sombras y luces de la Edad Media, Editorial El Ateneo, Buenos Aires 2006