sábado, 7 de noviembre de 2015

LAS PESTES EN LA EDAD MEDIA

Las pestes del Medioevo

Durante la Edad Media, la peste fue un fenómeno presente en la vida de las personas, pero sus características, nocividad y expansión variaron profundamente.
La lepra, al parecer poco frecuente hasta el siglo VI, se propagó en esta época, a juzgar por los textos legislativos o reglamentarios que se ocupaban cada vez más del tema. Pareció retroceder durante el siglo VII, recuperando su vigor en el siglo siguiente, y volviendo a disminuir otra vez hacia los siglos IX y XI.
Otra enfermedad que se creía desaparecida, la viruela, resurgió en el siglo VI. Se desvaneció durante algún tiempo y luego volvió a manifestarse. El rey Hugo Capeto de Francia habría muerto por esa enfermedad en 996. La viruela prácticamente desapareció después del siglo XI, al menos en Europa del norte.
Europa sufrió un nuevo flagelo: la peste bubónica. Esta pandemia llevaba el nombre de "Peste de Justiniano". Había entrado por el Mar Rojo a Egipto, llegó a Constantinopla en 542, y desde allí se propagó. Afectó en 543 a Italia y Marsella, y entró a Tréveris por el valle del Ródano. En su Historia de los francos, Gregorio de Tours escribió: "La muerte en sí era rápida, porque se producía en la ingle o en la axila una herida parecida a la mordedura de una serpiente, y ese veneno provocaba la muerte, de manera tal que el enfermo entregaba su alma al día siguiente o al otro. Pero la violencia del veneno hacía perder el sentido a los hombres". Paul Diacre hablaba de: "pequeños ganglios en forma de nuez o dedo" que aparecían en la ingle o en otras partes. "La aparición de estos ganglios era seguida inmediatamente por una fiebre intolerable y el enfermo moría en el término de tres días. Pero si el paciente superaba los tres días, tenía esperanzas de sobrevivir".
Jean-Nöel Biraben, en su libro sobre la peste, señala que la epidemia de Marsella que describía Gregorio de Tours era la quinta que se había producido sólo en Occidente de 588 a 591. "Una nave proveniente de España con su cargamento habitual, ingresó al puerto de esa ciudad [Marsella] trayendo, desgraciadamente, el germen de esta enfermedad. Muchos habitantes compraron allí diversas mercancías. Una casa en la que vivían ocho personas quedó rápidamente vacía, pues todos sus habitantes murieron por el contagio. Esta epidemia incendiaria no se extendió en forma inmediata a todas las viviendas, pero después de interrumpirse por algún tiempo, volvió a encenderse como una llama en medio de una cosecha e hizo arder a toda la ciudad con el fuego de la enfermedad". El obispo de la ciudad le suplicó a Dios que pusiera fin a esta mortandad. "La plaga cesó completamente durante dos meses, y mientras la población regresaba tranquila a la ciudad, la enfermedad volvió a manifestarse, y los que habían vuelto, fallecieron. Más tarde, la ciudad fue aquejada en muchas oportunidades por ese flagelo mortal".
Es curioso comprobar que los médicos bizantinos, racionalistas, insistían en explicar la propagación de la enfermedad por la contaminación del aire y se negaban a admitir que el contacto con los enfermos pudiera tener alguna importancia.
Se aconsejaba huir. En 571, Gregorio de Tours partió hacia Brioude, pero si bien él mismo no se enfermó, la peste atacó a dos de sus sirvientes. En 588, los habitantes de Marsella abandonaron su ciudad. Existían procedimientos menos racionales: en Auvergne, en 543, dibujaban en las paredes de las casas e iglesias un signo que los campesinos llamaban Tau. El paganismo estaba lejos de haber sido extirpado, y la propia madre de Gregorio de Tours apelaba a la oniromancia (adivinación de los sueños). "Cuando esa famosa enfermedad de las ingles, que fue expulsada por las plegarias del obispo saint Gall, llegó a Auvergne, y de pronto se vieron los muros de las casas y las iglesias cubiertos de signos y caracteres, mi madre creyó ver en sueños, durante la noche, que el vino que guardábamos en nuestros sótanos se había convertido en sangre. Cuando se lamentó y gritó: '¡desdichada de mí! ¡mi casa lleva la señal de la plaga!', un hombre le dijo: '¿Sabes que pasado mañana, que será el día de las calendas de noviembre, se celebrará la fiesta de la pasión del mártir Benigno?'. '¡Lo sé', dijo ella. Entonces, él replicó: 'Ve, pues, y vela toda la noche en su honor, haz decir misas, y serás preservada de la plaga'. Cuando mi madre se despertó, hizo lo que le habían ordenado, y nuestra casa permaneció intacta en medio de las casas vecinas marcadas con los signos fúnebres".
"Tau", letra del alfabeto griego, que también era utilizado como símbolo de salvación ante las epidemias
Los daños fueron considerables, aunque geográficamente se limitaron a la costa mediterránea de Europa. Pero la peste se repitió varias veces: se produjeron unos veinte rebrotes con espacios de nueve a trece años entre 541 y 767. Luego desapareció, no sólo de Europa, sino también de Asia y África.
A partir del siglo IX, se inició un nuevo período. Mientras la lepra retrocedía, la viruela aparecía de forma esporádica y la peste desaparecía, aparecieron nuevas plagas. En primer lugar, el "fuego sacro", más tarde conocido como "fuego de San Antón", ya que se había desarrollado al interior de una orden religiosa. Se trataba de una intoxicación por el cornezuelo del centeno que, mezclado con harina, daba origen a dos formas de enfermedad. Cuando era fuerte y compulsiva, se producían espasmos acompañados de dolorosas contracturas, que provocaban la muerte; cuando era débil o gangrenosa, los miembros se ennegrecían, se secaban y se rompían en las articulaciones. La gente medieval creía que el ennegrecimiento se debía a un fuego interior que quemaba los miembros, y por eso fue denominada "fuego sacro". Como las condiciones climáticas eran favorables, hizo estragos en el siglo X, provocando una gran cantidad de muertos y lisiados. Alemania e Inglaterra se vieron afectadas a comienzos del siglo XII, apogeo de la enfermedad en Europa occidental.
Una segunda epidemia, la gripe, apareció súbitamente en el invierno de 876-877. Síntomas como fiebre, problemas oculares y tos afectaron especialmente a los habitantes de la región renana, tras el regreso del ejército imperial desde Italia.
El paludismo, propio de las regiones mediterráneas, se propagó hacia el norte llevada por los vikingos que volvían de sus incursiones en África y el Mediterráneo.
A principios del siglo XII, volvieron las antiguas epidemias: la viruela en las zonas mediterráneas; la lepra, debido a los contactos comerciales con Oriente, mientras que el "fuego sacro" disminuye rápidamente hacia el 1100.
El comercio entre Europa y Oriente también sirvió de puente para la transmisión de enfermedades
Además, también se desarrolló el escorbuto, que afectó a las regiones consumidoras de carne y pescados salados. También afectó a las fuerzas del rey francés Luis IX en Damietta (Egipto) en 1248. Joinville relataba: "El único pescado que comimos en el campamento, durante la cuaresma, fue locha, y las lochas comen gente muerta, porque son peces voraces. Y por causa de esa desgracia, por causa de la incomodidad del país donde jamás llueve una sola gota de agua, hemos contraído la enfermedad del ejército, por la cual se nos secaba la carne de las piernas, y la piel de nuestras piernas se llenaba de manchas negras y de color tierra, como una bota vieja. Y al contraer la enfermedad, se nos pudría la carne de las encías, y nadie se libraba de esta enfermedad, sino que debía morir. El signo de la muerte era que cuando sangraba la nariz, la gente moría... La enfermedad empezó a agravarse en el campamento de tal manera que nuestros soldados tenían tanta carne muerta en las encías que los barberos debían sacarles la carne muerta para que pudieran masticar la comida y tragarla. Daba mucha pena oír en el campamento los alaridos de la gente a la que le cortaban la carne muerta, porque daban alaridos como mujeres en trabajo de parto".
La tuberculosis aparecía en los textos, durante la Alta Edad Media, especialmente bajo la forma de la tisis, pero lo que más se mencionaba eran las escrófulas. En el siglo XII se desarrolló en Inglaterra y Francia la idea de que el rey podía curar las escrófulas tocándolas.

Fuente: Jean Verdon, Sombras y luces de la Edad Media, Editorial El Ateneo, Buenos Aires 2006