domingo, 8 de marzo de 2015

AGUAS MAYORES Y MENORES. LOS ANTIGUOS ROMANOS

Cuando se trata de hablar de la higiene más íntima de los antiguos romanos, partimos, siempre, de que las condiciones de aseo personal fueron las justas, lo que se reflejaba en la atmósfera pestilente que se desprendía de las aglomeraciones.  

Sólo las domus de los ricos disponían de agua corriente y de algo parecido a un baño (lavatrina) que también incluía retrete. El resto de los mortales usaba las fuentes y letrinas públicas conectadas con la red subterránea de alcantarillas. 

En realidad estas letrinas usadas por la mayoría tenían unas características higiénicas muy avanzadas para su época, ya que disponían de una corriente interna de agua que mantenía el lugar perfectamente drenado de residuos y de malos olores. 

    • Los inodoros a la romana disponían bajo el asiento de un recipiente que era vaciado por un esclavo tras su uso. 
    • A falta de papel higiénico se utilizaban esponjas que sujetas a unos palitos servían para limpiar las partes íntimas.
    • Los más cívicos vertían las heces de sus orinales en las tinajas; los más incivilizados las arrojaban directamente a la calle.
    • Los romanos que iban a las letrinas públicas con esclavos les hacían sentarse primero a ellos en la bancada para que la piedra se calentara.
    • Se calcula que Roma llegó a contar con 144 letrinas en el siglo IV.

El retrete en la antigua ROMA


El antiguo inodoro que usaban los romanos era similar a una plancha o placa agujereada apoyada sobre dos soportes de mampostería; en otras ocasiones era un simple agujero en el suelo. Otra opción pasaba por la utilización de cacharros con formas de bote y de palangana a modo de orinal.

Las clases más pudientes contaban con verdaderas letrinas, que no eran otra cosa que fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros circulares para uso de todos los habitantes de la casa, incluidos los esclavos.


Mientras, las clases más humildes que vivían aglomeradas en las insulae disponían de tinajas a modo de orinales, alojadas en el hueco de la escalera de la planta baja, o una fosa, que se empleaba para hacer las necesidades de sus vecinos.
Los más cívicos vertían las heces de sus orinales en las tinajas  ; los más incivilizados las arrojaban directamente a la calle.
Para evitar el hedor pestilente que emanaban, las fosas se limpiaban de manera periódica.
Las letrinas o retretes se conectaban con un canal que conducía los desechos a la red de alcantarillado en las ciudades que disponían de ella.
La alternativa era depositar los desperdicios cerca de las fuente públicas, donde el agua corría y se encargaba de arrastrar los detritus.
Las letrinas ocupaban un espacio cercano a la cocina en el interior de las casas, muy cerca del fregadero y del fuego donde se guisaba; de esta forma, el agua que sobraba de fregar y baldear la cocina desaguaba la letrina y conducía la suciedad directamente a la calle.

Letrinas Públicas


Las hendiduras del suelo permitian la limpieza mediante una esponja acoplada a un palo que se mantenía limpia en un pequeño canal de agua corriente que discurría a los pies de los asistentes.

Los escusados de tipo público eran conocidos como los foricae y se construían sobre una sala cuadrada  o rectangular espaciosa, provista de un banco corrido adosado a la pared en todo el contorno.  Este banco, de losas de piedra fina, tenía orificios ovoides con una abertura más estrecha en forma de gota delante;  situados a distancias fijas donde se acomodaba el público que disponía de espacio suficiente para dejar objetos a su alrededor.
En el suelo solían correr unos pequeños canales con la inclinación suficiente para que el agua estuviera permanentemente en movimiento; junto a estos canales había unos cubos con unas escobillas con el mango de madera y con una bola de esponja que se usaban a modo de nuestro papel higiénico actual, limpiándolas en el canalillo de agua. 
Una corriente interna de agua mantenía el lugar perfectamente drenado de residuos y de malos olores con características para la higiene muy avanzadas en aquella época.


Su interior estaba hueco y por él discurría de forma continua una corriente acuosa que transportaba los residuos hasta las cloacas.
Estas letrinas públicas que vemos en las imágenes son las mejor conservadas de la epoca romana. Muchos de los retretes siguen intactos, junto con el canal por el que fluía el agua con la que se lavaban.
.
En la mayoría de las letrina los romanos solían disponer de esas esponjas marinas insertadas en mangos de madera que se utilizaban para lavarse las partes después de colmar las necesidades fecales, a falta de papel higiénico.
Asimismo, en el centro de la sala, una fuente permitía el lavado de manos.
Solía abonarse una pequeña cantidad de dinero por su uso con el fin de mantenimiento y limpieza de las instalaciones, así como también para pagar el sueldo de los foricarium conductores. De tal guisa se convertía en un espacio de encuentro social, donde los romanos se citaban y departían un rato.
Algunas curiosidades:
  • Los romanos que acudían a las letrinas públicas con esclavos les hacían sentarse primero en la bancada para que la piedra se calentara y estuviera confortable cuando llegara el turno del amo.

  • Durante las campañas bélicas, los legionarios, al no disponer de letrinas exclusivas en los campamentos donde se instalaban, excavaban zanjas para defecar, lo que se convertía en un foco de infecciones, o bien buscaban un arroyo o riachuelo próximo para, después de surcar un pequeño canal y desviar parte de la corriente hacia su emplazamiento, poderse asear.
Pese a que no se conservan demasiados restos arqueológicos relacionados, se calcula que Roma llegó a contar con 144 letrinas en el siglo IV de nuestra era.

Así pues, Roma fue mucho más higiénica en este aspecto  que muchas grandes ciudades europeas posteriores, incluso hasta entrado el s.XIX

La Cloaca Máxima fue la red más antigua de alcantarillado en el mundo.